domingo, diciembre 27, 2009

"The Physician" - Noah Gordon

[...]
-Entonces, ¿tienes experiencia?

-Solo una vez, con mi primo, en Kilmarnock. Me hizo un daño terrible, Rob le besó los ojos y la nariz, suavemente la boca, mientras ella disipaba sus dudas. Al fin y al cabo, ¿quien era aquel? Stephen Tedder había sido alguien que conocía de toda la vida, primo y amigo, y le había provocado un autentico dolor. Después se desternilló de risa por su malestar como si ella hubiera sido tan torpe como para permitirle hacer aquello, lo mismo que si le hubiera permitido empujarla para que cayera sentada en un lodazal.

Y mientras ella albergaba sus desagradables pensamientos, aquel ingrato había modificado la naturaleza de sus besos, y su lengua le acariciaba el interior de los labios. No era desagradable, y cuando intentó imitarlo, le sorprendió su lengua. Pero ella se echó a temblar otra vez cuando le desató el corpiño -Solo quiero besarlos- dijo Rob apremiante, y Mary tuvo la extraña experiencia de bajar la vista y ver la cara de él avanzando hacía sus pechos que, reconoció Mary con gruñona satisfacción, eran pesados pero altos y firmes, y arrebatados de color.

Rob lamió el borde rosado y toda ella se estremeció. Su lengua se movió en círculos cada vez más estrechos hasta que llegó al endurecido pezón color corales, en el que se posó como si fuese un bebé cuando lo tuvo entre sus labios, en tanto la acariciaba detrás de las rodillas y en el interior de las piernas. Pero cuando su mano llegó al montículo, Mary se puso rígida. Sin que se le cerraban los músculos de los muslos y el estómago, y se mantuvo tensa y asustada hasta que él apartó la mano.

Rob hurgó en sus propias ropas, luego buscó la mano de ella y le hizo una ofrenda. Ella había entrevisto hombres anteriormente, por casualidad, encontrar a su padre o a uno de los trabajadores orinando detrás de un busto. Y había vislumbrado más en esas ocasiones que cuando estuvo con Stephen Tedder, de modo que nunca había visto, y ahora no pudo dejar estudiarlo. No esperaba que fuera tan... grueso, pensó acusadoramente, como si él tuviera la culpa. Mary cobró valor, le zarandeo los testículos y soltó una risilla cuando notó que él se retorcía. ¡Qué cosa tan bonita!

Después se sintió más tranquila y se acariciaron, hasta que ella intento por su propia iniciativa, comerle la boca. En breve sus cuerpos se hicieron frutos maduros y no fue tan terrible cuando la mano de él abandono sus nalgas firmes y redondas, y volvió a retozar dulcemente entre sus piernas.

Mary no sabía que hacer con la mano. Le puso un dedo entre los labios y palpó su saliva, sus dientes y su lengua, pero el se apartó para chuparle los pechos, besarle el vientre y los muslos. Se abrió camino en ella primero con un dedo y luego con dos, masajeando el clítoris en círculos cada vez más rápidos.

-¡Ah! -suspiró ella débilmente, y levantó las rodillas.

Pero en lugar del martirio para el que su mente estaba preparada, se asombro sentir la calidez de su aliento sobre ella. Y su lengua nado como un pez en su humedad entre los pliegues vellosos que ella misma se avergonzaba de tocar. "¿Como haré para volver a mirar a este hombre a la cara?”, se preguntó, pero la pregunta se esfumó al instante, se desvaneció de forma extraña y maravillosa, pues comenzó a estremecerse y corcovear pícaramente, con los ojos cerrados y su boca callada a medias abierta.

Antes de que recuperara el juicio, el se había insinuado en su interior.

Estaban verdaderamente enlazados; el era una calidez abrigada y sedosa en el núcleo de su cuerpo. No hubo dolor; apenas una leve sensación de rigidez que en seguida cedió mientras el avanzaba lentamente.

En un momento dado, Rob preguntó:

-¿Todo va bien?

-Si -dijo ella, y Rob siguió adelante.

En unos segundos, Mary se encontró moviendo su cuerpo al ritmo del él. Poco después, a Rob le resultó imposible seguir conteniéndose cada vez con más impulso, vibrante. Ella quería tranquilizarlo, pero mientras lo estudiaba a través de sus ojos rasgados, vio que echaba la cabeza hacía atrás y se arqueaba.

¡Cuanta singularidad en sentir su enorme temblor, en oír su gruñido de lo que pareció un arrollador alivió cuando se vació en ella!

Durante largo rato, en la penumbra del alto trigal, apenas se movieron.

Permanecieron quietos y callados; ella había apoyado en él una de sus largas piernas. El sudor y los líquidos se secaban.

-Llegará a gustarte -dijo finalmente Rob-. Como la cerveza de malta.
[...]

No hay comentarios: